Rescribir la memoria del olvido: La poética
de Victor Villegas.
darwin bedoya
Hay quienes
imaginan el olvido / como un depósito desierto/
una cosecha de la nada y sin embargo/el olvido está lleno de memoria.
Mario Benedetti
una cosecha de la nada y sin embargo/el olvido está lleno de memoria.
Mario Benedetti
I
Creo que ha pasado un buen tiempo durante el cual vengo insistiendo en que la literatura puneña última está en crisis por un sinnúmero de razones. Por decir lo que pienso, más de una polvareda se ha levantado en las conversas o, tertulias, según sea el caso, y mi nombre ha sido motivo de riñas y comentarios que no sería bueno repetir. Pero, ¿en qué me baso para proferir tales blasfemias e injurias a la última literatura puneña? Simplemente en la proliferación de poemarios y «plaquettes» que no llegan a ser tales y, en el abuso de las pretensiones de sus autores. Sumemos a lo anterior que el pobre espacio que resta en las mesas de novedades es acaparado por libros piratas que en la mayoría son textos de autoayuda o «best sellers» que corresponden a otro contexto y a otro tipo de lectores y a otra literatura.
Sin embargo, en medio de esta
oscuridad, hay cosas que también hay que decirlas. Por ejemplo que la historia
de la poesía puneña contemporánea ha sido particularmente proclive a «ser
escrita» bajo una determinada y muy sesgada Historia Literaria, hecha de
olvidos y exclusiones. Hecha de amiguismos y compadrazgos. Esta última
literatura, me refiero esencialmente a la poesía y al cuento de finales de los
años 80 en adelante, se ha dedicado a dictar un texto homogéneo, una especie de
canon maniqueo tan útil para las simplificaciones que se creen académicas o
escolares como pernicioso para un acercamiento libre del lector. La pugna
entablada por los «estudiosos» o antólogos entre docentes de tal o cual
universidad y fragmentos minoritarios agrupados en torno a revistas y el sector
de poetas, por llamarlos de alguna manera, canónicos, ha marcado desde siempre
una polarización que, prolongada con el triunfo o el abanderamiento de ciertos
grupúsculos (al estilo de sus limeñísimos pares) ha logrado dejar de lado
nombres y libros importantes de la poesía puneña. En el otro extremo está la
ambición o miopía extremada de estos «estudiosos» al punto de incluir en
un libro a todo el mundo, con tal de satisfacer una amistad o, en el más
terrible de los casos, con tal de «hacer» o publicar un libro
voluminoso, y lo que se obtiene al final no es sino un conjunto de escritores
de toda calaña, incluyendo de ese modo a los que deben estar junto con los que
nunca deberían estar.
II
Cualquier consideración sobre el papel o la representación de la violencia temática en poesía nos ha de conducir a una reflexión paralela acerca de las relaciones entre sociedad y literatura en un contexto concreto. Las manifestaciones de violencia en literatura son otro rubro y consecuentemente son enormemente variadas; ni su descripción ni su exaltación escasean en el patrimonio verbal de la humanidad, desde la Biblia y la Ilíada en adelante. Pero a partir de ese idealismo biempensante que nace con la Ilustración e intenta purgar las «bellas letras» de elementos moralmente reprobables para centrarse en el desarrollo de equilibrios clásicos, encontramos que la violencia aislada e ilógica queda postergada a los márgenes de lo literario, pues sus manifestaciones más crudas chocan con los ideales de serenidad, armonía, dignidad, decoro, contención y belleza; a menudo suponen precisamente lo opuesto a estos principios. Entre unos receptores de ánimo predispuesto por diversas formas de propaganda política, prejuicios y rumores, la emoción que estos poemas pudieran provocar tendría como fin último transfigurarse en fuerza destinada a la confrontación. La estetización de la violencia no debe ocultarnos que implica un proceso como resultado del cual algo queda destruido. La llamada a la violencia en la poesía de Villegas pasa por la exaltación de los instrumentos que sirven para ejercerla. El poeta invoca con frecuencia acontecimientos con los cuales, en una época determinada, quiso cambiar ideales y realidades. Creo que en Puno Simón Rodríguez y Victor Villegas son los poetas que estuvieron más cerca que nadie de los de nuestra generación que vivieron los avatares de la violencia política. Trasladando esa sintonía a la Generación de Fin de Siglo, diremos que en Puno fue Simón Rodríguez quien realizó una escritura poética marcando una sutil visión y re-visión de la violencia, mientras que Villegas, con este libro, explora la violencia de una manera más alejada de la sutilidad, las imágenes y la narratividad de acontecimientos entran, por momentos, en un dramatismo nostálgico, generando así una visión directa, más social y política de lo acaecido en los años 80 y 90 en nuestro territorio.
Cualquier consideración sobre el papel o la representación de la violencia temática en poesía nos ha de conducir a una reflexión paralela acerca de las relaciones entre sociedad y literatura en un contexto concreto. Las manifestaciones de violencia en literatura son otro rubro y consecuentemente son enormemente variadas; ni su descripción ni su exaltación escasean en el patrimonio verbal de la humanidad, desde la Biblia y la Ilíada en adelante. Pero a partir de ese idealismo biempensante que nace con la Ilustración e intenta purgar las «bellas letras» de elementos moralmente reprobables para centrarse en el desarrollo de equilibrios clásicos, encontramos que la violencia aislada e ilógica queda postergada a los márgenes de lo literario, pues sus manifestaciones más crudas chocan con los ideales de serenidad, armonía, dignidad, decoro, contención y belleza; a menudo suponen precisamente lo opuesto a estos principios. Entre unos receptores de ánimo predispuesto por diversas formas de propaganda política, prejuicios y rumores, la emoción que estos poemas pudieran provocar tendría como fin último transfigurarse en fuerza destinada a la confrontación. La estetización de la violencia no debe ocultarnos que implica un proceso como resultado del cual algo queda destruido. La llamada a la violencia en la poesía de Villegas pasa por la exaltación de los instrumentos que sirven para ejercerla. El poeta invoca con frecuencia acontecimientos con los cuales, en una época determinada, quiso cambiar ideales y realidades. Creo que en Puno Simón Rodríguez y Victor Villegas son los poetas que estuvieron más cerca que nadie de los de nuestra generación que vivieron los avatares de la violencia política. Trasladando esa sintonía a la Generación de Fin de Siglo, diremos que en Puno fue Simón Rodríguez quien realizó una escritura poética marcando una sutil visión y re-visión de la violencia, mientras que Villegas, con este libro, explora la violencia de una manera más alejada de la sutilidad, las imágenes y la narratividad de acontecimientos entran, por momentos, en un dramatismo nostálgico, generando así una visión directa, más social y política de lo acaecido en los años 80 y 90 en nuestro territorio.
III
Es este libro articulado por tres secciones «Señor de las aguas» (Fragmento dedicado a Wiracocha), «Los cántaros del agua» (Revisión y memoria de la violencia), «Relámpagos del agua» (Homenaje a la Ciudad del Lago e Inmolación de Domingo Cruz Purhualla), se amoldan a un solo asunto: la reescritura de la memoria, tanto en sus movimientos anímicos como en sus acontecimientos materiales. Son poemas llevados a lo fundamental: resaltar los sucesos ocurridos en un momento anterior, el tiempo del miedo.
Es este libro articulado por tres secciones «Señor de las aguas» (Fragmento dedicado a Wiracocha), «Los cántaros del agua» (Revisión y memoria de la violencia), «Relámpagos del agua» (Homenaje a la Ciudad del Lago e Inmolación de Domingo Cruz Purhualla), se amoldan a un solo asunto: la reescritura de la memoria, tanto en sus movimientos anímicos como en sus acontecimientos materiales. Son poemas llevados a lo fundamental: resaltar los sucesos ocurridos en un momento anterior, el tiempo del miedo.
Esa atracción, contradictoria y casi
imposible, convierte la experiencia del mundo en un imán y en un relámpago: es
el laberinto del cuerpo y su sentir. En la hoja en blanco y con la guía
transparente y dulce del agua, la voz poética avanza hasta su propia raíz en
espirales hacia la claridad que carece de nombre, como se afirma al final del
libro. Pero este libro también tiene varios protagonistas, tal como hemos
mencionado; pero está antes que todos: Domingo Cruz Purhualla. Estas tres
secuencias nos muestran también que lo más llamativo es quizá su rescate del
espacio mitológico que hace Villegas, ese espacio visible en su resplandor arrebatado,
su mundo de asociaciones libres que suponen cosmogonía y terredad. Entonces
aparece el poema como palimpsesto donde se inscriben versos y motivos ajenos
(del mito, de las leyendas de la oralidad) y la lectura de la vida a través de
los filtros que el autor ha tenido.
Destacan también los ejercicios de la
traducción de las imágenes a palabras (écfrasis), una subversión aún
activa de las vanguardias, en cuanto que rompe el orden discursivo como
representación del logos; y también, a la inversa, la plasmación visual de las
ideas. Aquí están, por lo demás, su universo amoroso, una cierta entonación
hímnica teñida de elegía en algunas remisiones al contexto laboral, y la
concepción de la poesía en tanto que realidad autónoma que se dice a sí misma y
que se aparta de la utilización de las palabras como meros instrumentos para
comunicar. De modo que «Relámpagos del agua» supone para el lector una
especie de «reconocimiento» de Villegas: algo que debe subrayarse, pues
en los «últimos tiempos» no es tan fácil de decir ni de lograr.
IV
En «Relámpagos del agua», se encuentra la sucesión del ímpetu, como un asunto vertebral que graba el libro, que se torna en su tensión interna y externa. Entonces deja de ser un texto cuyos poemas sean independientes entre sí, y se torna en una fuerza que está atravesado por una columna vertebral que relata la historia de una amistad. Una historia que se alza contra la muerte y eleva al infinito la esperanza y el afecto, porque en el discurrir se podría pensar que cada vez que este libro sea leído, la muerte se alejará más y más de nosotros, como borrando la imagen del desconsuelo. Aquel hombre que transita por estos versos intenta contener su partida. Este libro es un lamento lanzado al universo, un reclamo a los astros, un dolor luminoso que busca consuelo. La experiencia poética de Villegas es en sí misma un redescubrimiento de la memoria, del mundo más allá del olvido, un quitarle terreno a esta muerte. Dice E. M. Cioran: «que empleamos la mayor parte de nuestras vigilias en despedazar con el pensamiento a nuestros enemigos, en arrancarles los ojos y las entrañas, en presionar y vaciar sus venas, en pisotear y machacar cada uno de sus órganos, dejándoles únicamente, por lástima, el placer de su esqueleto. Hecha esta concesión, nos tranquilizamos y, hartos de fatiga, caemos en el sueño. Reposo bien ganado después de tan minucioso encarnizamiento.» En cambio Villegas ha sabido sacar desde la memoria la conmemoración, el afecto, el sentir de un héroe que ha sabido calar más allá de la memoria. Casi contrariamente a lo que dice Max Scheler: «El sentimiento de venganza, la envidia, la ojeriza, la perfidia, la alegría del mal ajeno y la maldad, no entran en la formación del resentimiento, sino allí donde no tienen lugar ni una victoria moral (en la venganza, por ejemplo, un verdadero perdón), ni una acción —respectivamente— expresión adecuada de la emoción en manifestaciones externas, [...] si no tiene lugar, es porque una conciencia, todavía más acusadora de la propia impotencia, refrena semejante acción o expresión.» Pienso que «Relámpagos del agua» no sólo alcanza el estro de la reminiscencia, sino también la revisión de las páginas, los pliegues y las memorias para que ahora se conozca y se pueda tener una idea de cómo fue la época de los silenciamientos y los avatares donde la lucha, el descontento, otra vez afloran dentro de un conjunto de decisiones donde sobresalen aquellos puntos de quiebre en que la vida hacía guiños en direcciones contrarias, todo eso se somete al escrutinio del sujeto poético como testigo.
En «Relámpagos del agua», se encuentra la sucesión del ímpetu, como un asunto vertebral que graba el libro, que se torna en su tensión interna y externa. Entonces deja de ser un texto cuyos poemas sean independientes entre sí, y se torna en una fuerza que está atravesado por una columna vertebral que relata la historia de una amistad. Una historia que se alza contra la muerte y eleva al infinito la esperanza y el afecto, porque en el discurrir se podría pensar que cada vez que este libro sea leído, la muerte se alejará más y más de nosotros, como borrando la imagen del desconsuelo. Aquel hombre que transita por estos versos intenta contener su partida. Este libro es un lamento lanzado al universo, un reclamo a los astros, un dolor luminoso que busca consuelo. La experiencia poética de Villegas es en sí misma un redescubrimiento de la memoria, del mundo más allá del olvido, un quitarle terreno a esta muerte. Dice E. M. Cioran: «que empleamos la mayor parte de nuestras vigilias en despedazar con el pensamiento a nuestros enemigos, en arrancarles los ojos y las entrañas, en presionar y vaciar sus venas, en pisotear y machacar cada uno de sus órganos, dejándoles únicamente, por lástima, el placer de su esqueleto. Hecha esta concesión, nos tranquilizamos y, hartos de fatiga, caemos en el sueño. Reposo bien ganado después de tan minucioso encarnizamiento.» En cambio Villegas ha sabido sacar desde la memoria la conmemoración, el afecto, el sentir de un héroe que ha sabido calar más allá de la memoria. Casi contrariamente a lo que dice Max Scheler: «El sentimiento de venganza, la envidia, la ojeriza, la perfidia, la alegría del mal ajeno y la maldad, no entran en la formación del resentimiento, sino allí donde no tienen lugar ni una victoria moral (en la venganza, por ejemplo, un verdadero perdón), ni una acción —respectivamente— expresión adecuada de la emoción en manifestaciones externas, [...] si no tiene lugar, es porque una conciencia, todavía más acusadora de la propia impotencia, refrena semejante acción o expresión.» Pienso que «Relámpagos del agua» no sólo alcanza el estro de la reminiscencia, sino también la revisión de las páginas, los pliegues y las memorias para que ahora se conozca y se pueda tener una idea de cómo fue la época de los silenciamientos y los avatares donde la lucha, el descontento, otra vez afloran dentro de un conjunto de decisiones donde sobresalen aquellos puntos de quiebre en que la vida hacía guiños en direcciones contrarias, todo eso se somete al escrutinio del sujeto poético como testigo.
El tema del olvido como forma de
recuperación y persistencia será una constante en la obra de Villegas y, sin
duda, una de sus principales peculiaridades será que nos encontramos ante un
olvido de raíces históricas, es decir, no limitado a las vicisitudes de la
vida, a las experiencias traumáticas o a las fantasías de evasión del
individuo, aunque todo ello no deje de confabular en la experiencia poética que
nos presenta el autor, sino que las formas del olvido tal y como las asume el
poeta constituyen una forma de repulsión y rebeldía, una suerte de reescritura
transgresora cuyo único fin es desestabilizar los poderes y sus productos, esto
es, el régimen político de los años ochenta y su versión de los hechos en su
expresión presente. El olvido será para el autor una potencia de reescritura
que el poder que alguna vez pudo haber tenido la violencia sus construcciones
aprendidas, porque la escritura del olvido actuará a modo de contra-escritura,
como una no-escritura, sin la sintaxis de la oralidad de los hechos y sin los
estigmas de la sucesión, la causalidad y la estructura del relato. La escritura
del olvido se escribirá en ese intersticio, en ese espacio intermedio entre lo
recordado y lo no-recordado, en ese quicio en donde las cosas serían
transparentes: «Querido viejo de las mañanas rojas, tantas veces izamos el
rostro del lenguaje y de su nombre [...] No lloran tus ojos, ni ríen los
surcos, hay nuevas furias, la hora se aleja y se va con la noche vestida de
lluvia la final de la ciudad. Nuestra célula vive en el canto de las alas y en
la de la noche cashua de los guerreros de Capachica.» Los cántaros del agua
p.35.
El poeta se verá empujado a «atravesar
el olvido» hasta llegar a «los desvanes de la infancia», lugar
recóndito de la memoria, semilla para esa memoria blanca: «El latido de la
semilla arrojó al cielo una mecha muy erguida/ y de la mitología de los héroes
que creció en la Ciudad de las Letras. / Y de ese cielo vestido el paraíso del
subversivo.// Mis cantos son los ecos de la herida en el agua, / y las cañas
guerreras del búho nos han dejado la vida.» Relámpagos del agua, p.54. El
régimen dictatorial que le tocó vivir a nuestro autor se habría servido del olvido
para deshabilitar la memoria histórica y reescribir el pasado reciente de los
supervivientes al desastre de la violencia política y todo lo que hicieron los
alzados en armas. El nuevo relato del mito y de la sutil alegoría subversiva
estaría reflejado en estos versos, especialmente el lugar desplazado de la
queja o de la rebeldía más simple, para entregarnos, mediante ese desvío del
«olvido del olvido», una certeza que, hasta cierto punto, constituye la
ausencia de una verdad impostada, una retórica lírica construida contra ese
espacio de la realidad que es siempre una herencia impostada, un relato vivido
para el caso del poeta.
Entonces, «Relámpagos del agua»
constituye un libro que contiene una carga potente de ideología y rastro
político donde se reescribe la memoria del olvido. En estas páginas habita la
miticidad donde también están pintadas no solemente las épocas, sino también
las eternidades y los lugares que remiten a este ande peruano en el que
vivimos. Villegas ha logrado con este libro rescatar un ciclo que casi estaba
en la trastienda de la desmemoria. Pero aquí estan los versos, aquí están los
muertos, con su voz, con su canto, con su vida por encima de la muerte. Es éste
el doble significado de margen en este texto: por un lado el exacto lugar donde
nace la poesía (al lado de lo ya escrito, junto a ello, a veces contra ello,
siempre un poco fuera, ocupando el blanco que deja la página, el hueco donde
respira el silencio, donde no hay líneas, en esa meditación de lo por otros
dicho y esa escucha de lo no pronunciado) y por otro la marginalidad, a la que
está condenada por quienes fijan el orden inmutable del texto.
Tomado de:
http://hijoslluvia.blogspot.com/
walterbedregal.blogspot.com/
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